La noche de las hogueras (I)

 
Todo esto que voy a contar sucedió durante las noches previas al solsticio de verano.

El sol ya se había posado tras las montañas y la luna se encontraba velada por las nubes. Sin embargo, el Edificio B de la calle Edison brillaba con luz propia en medio de la oscura noche. Desde la acera de enfrente podía verse la ajetreada vida nocturna que llevaba cada uno de sus habitantes.

En la primera planta una mujer de mediana edad cruzaba todo su apartamento con un enorme cesto de ropa mientras en otra de las habitaciones su hijo cerraba la ventana y conectaba el ventilador sin apartar ni un solo segundo la vista de la pantalla.

Sobre ellos un joven en pantalón corto y delantal cocinaba a tres fogones con un desparpajo digno de admirar, volcando cuidadosamente el contenido de la sartén en cada uno de los tuppers que tenía preparados mientras la pantalla del salón proyectaba el listado de películas de estreno.

El último piso del bloque estaba habitado por una pareja de treintañeros. En la cocina, la mujer sacaba del horno dos pizzas y se dirigía hacia el comedor, dónde su pareja planchaba con cierta desgana las camisas y pantalones amontonados sobre el reposabrazos del sofá.

Se encontraban tan inmersos en sus quehaceres que ninguno de ellos se percató que en ese preciso instante poco menos de una decena de personas pasaba por delante del Edificio B. En esos tiempos no era común encontrarse con grupos tan numerosos por las calles y mucho menos a media noche. Niños, adultos y ancianos, que parecían miembros de la misma familia, llevaban cada uno de ellos una llama que les iluminaba en la oscuridad. Avanzaron unos cuantos metros dejando atrás el incandescente edificio y giraron a la derecha hasta llegar a las puertas del ayuntamiento, dónde ante las sorprendidas miradas de unos pocos y las risas de muchos dejaron las velas y volvieron a casa.

A la noche siguiente el mismo grupo, que parecía haber aumentado en dos o tres miembros, pasó nuevamente por delante del brillante edificio en el que sus ajetreados moradores se entregaban con esmero a las labores del hogar. La pintoresca procesión pasó nuevamente inadvertida frente al Edificio B, y portando cada uno de los miembros una vela, siguieron el mismo recorrido que la noche anterior. Las risas que de fondo les acompañaron quedaron atrás a medida que llegaban a su destino, dónde tres personas más aguardaban su llegada sujetando una vela que esperaba ser encendida.

Los recién llegados ofrecieron sus llamas y una vez prendidas juntaron todas las velas en el centro de la pequeña plaza y se sentaron alrededor de estas ante la atenta mirada de curiosos y extraños.

La plaza donde se encontraba el ayuntamiento parecía menguar noche tras noche mientras que la nocturna procesión continuaba aumentando. A medida que avanzaba por las silenciosas calles, se iban uniendo a ellos los que en la oscuridad de los portales aguardaban pacientemente su llegada asiendo entre sus manos una vela que esperaba ser encendida.

Trascurrida una semana ya superaban el centenar las llamas que iluminaban las oscuras calles; las cuales iban aumentando a medida que avanzaban rompiendo el silencio con el devenir resonante de sus pasos. Sin embargo, el Edificio B de la calle Edison seguía ajeno a todo lo que había sucedido durante las noches anteriores. Las llamas de todas aquellas velas pasaban inadvertidas por la luz que brotaba de cada una de las ventanas. El sonido de la marcha quedó ensordecido por el del aire acondicionado del tercer piso, la ruidosa secadora del segundo y la aspiradora que pasaba una sudorosa mujer en el primero, mientras su hijo, acompañado de dos ventiladores que movían su pelo en todas direcciones, reía a carcajadas en la habitación contigua.

Esa séptima noche el abultado grupo que acababa de recorrer las calles se encontró con una bulliciosa plaza que aguardaba su llegada. En el centro de esta, había acumulados cartones y maderas que ante el descontento de los recién llegados acabaron prendiendo con las llamas que estos habían portado.

La mayor parte de los allí reunidos se sentaron como habían hecho las noches anteriores, rodeando la chisporroteante hoguera mientras el resto permaneció en pie sujetando las velas. De repente, luces azuladas y un sonido ensordecedor envolvió la plaza trayendo consigo sombras envilecidas, que atraídas por el fuego, comenzaron a golpear sin previo aviso.

El ruido de las sirenas cubría con su manto los gritos y suplicas de los cuerpos que yacían sobre los adoquines. Las tenues llamas de las velas desparramadas por toda la plaza eran pisoteadas con su exultante presencia, interrumpiendo el frenético ritmo de la golpiza a la cual volvían con más vehemencia.

Cuando el último de los allí presentes salió arrastrándose lastimosamente de una patada en el costado, las despiadadas sombras adquirieron el semblante de los que hacía tan solo un instante suplicaban clemencia. Durante ese instante dejaron de ser sombras, y la enorme hoguera reveló una docena de rostros desencajados, sudorosos y salpicados en sangre que buscaban desconsoladamente entre los presentes una mirada de consuelo. La sirena dejó de sonar y las luces se apagaron, pero la mente de aquella docena de sombras convertidas en hombres que se erguían como estatuas desgarradas se encontraba lejos de allí.

La brisa nocturna balanceaba suavemente la enorme llama que prendía en el centro de la plaza, que parecía ser lo único con vida en el lugar. De repente, una áspera voz rompió el silencio incandescente y recordó a aquellas estatuas que eran hombres, los cuales volvieron a erguirse y a recuperar su semblante inexpresivo mientras marchaban sintiendo el reconfortante calor de la hoguera en sus espaldas que proyectaba frente a cada uno de ellos alargadas sombras que fueron desapareciendo a medida que abandonaban la plaza. 


“La Filosofía ha muerto” (II)

 

-¡Qué ganas de que nos vacunen ya de una vez y podamos volver a hacer vida normal!- proclamó Vidal en voz alta mientras se estiraba en la silla de la terraza con los rayos de sol rebotando en sus gafas polarizadas.

- ¿Os acordáis del festival que nos pegamos hace dos años? Madre mía… - recordó mirando a sus amigos que no se habían bajado la mascarilla durante todo el rato que llevaban allí sentados.

– Os podéis quitar la mascarilla eh – inquirió – No os voy a pegar nada. – añadió apurando las últimas caladas de su cigarro mientras la mascarilla se balanceaba en la patilla de sus gafas.

La camarera irrumpió en la mesa dejando sobre esta un par de Coca Colas, un botellín de cerveza y un plato rebosante con patatas bravas.

-¡Qué hambre! –proclamó Vidal antes de abalanzarse sobre el plato y comenzar a devorarlo mientras con su otra mano sujetaba el botellín de cerveza y el cigarro.

La conversación que mantuvieron mientras comían el aperitivo no fue muy diferente a la de cualquiera de las charlas superfluas y chismorreos que podían escucharse en la abarrotada terraza. Sin embargo, la conversación tomó un rumbo más tenso cuando Vidal volvió a insistir en que se quitasen las mascarillas al observar que solamente se la bajaban para beber o comer. La incomprensible pasividad de sus interlocutores empezó a enojarle.

- Aquí os la podéis quitar, no os van a multar- continuó insistiendo. – Vosotros no os vais a vacunar o qué – prosiguió con un tono más agresivo. Arnau se encogió de hombros mientras que Pol respondió con un rotundo NO.

Fue entonces cuando lo que podría considerarse como una charla entre amigos se convirtió en un interrogatorio en el que una batería de preguntas que se retroalimentaban unas a otras surgían sin cesar: “¿Cómo que no? ¿Eres un negacionista o qué? ¿Te crees que te van a poner un microchip? Mi abuela se la ha puesto y no le ha pasado nada. ¿Qué harás si por tu culpa contagias a otros? ¿Te crees que vacunarse es malo? ¿Qué te van a matar? ¿No te han puesto ya un montón de vacunas y no te ha pasado nada? ¿No quieres volver a la vida normal de antes? ¿Te gusta llevar mascarilla o qué?”. Las preguntas se superponían una sobre otra sin darle tregua para responder mientras el tono de Vidal iba elevándose más y más. Durante los más de cinco minutos que duró el monólogo que culminó con un “¡Ah! ¡Vete a la mierda!”, Pol no tuvo la más mínima oportunidad de responder. Y por si fuese poco, cuándo por fin terminó apagó el cigarrillo en el cenicero, dejó cinco euros en la mesa y se marchó sin mediar palabra con la mascarilla todavía colgando de la patilla de las gafas.

Pol y Arnau se miraron e instintivamente se levantaron también de la mesa. La camarera, que había estado pendiente de la conversación, se acercó a la mesa con la cuenta que terminaron de pagar entre ambos antes de despedirse.

De camino a casa, las palabras que cuestionaban la decisión de Pol seguían resonando en su cabeza una y otra vez e imaginaba, impotente, como hubiera respondido a todas esas preguntas si hubiese tenido la oportunidad. A su vez, él mismo se cuestionaba “¿Y por qué no me vacuno?”. Sentía instintivamente el impulso de no confiar en la vacuna. ¿Le convertía esto en un negacionista? ¿Por qué no confiaba en la ciencia? ¿Cómo podemos determinar lo qué es científico?

Con el fin de ayudar a nuestro confuso personaje nos centraremos en la última de las preguntas, ya que sin darse cuenta, Pol acaba de plantear lo que se conoce como el problema de demarcación de la ciencia. Para dar respuesta a esta cuestión se han desarrollado diversos criterios, los cuales permiten dibujar una frontera para delimitar qué es científico y qué no lo es.

Entonces, ¿Cuáles son estos criterios y en qué consisten?

El primero de estos criterios, siguiendo su orden de aparición cronológico, es el del verificacionismo. Según esta concepción, lo que caracteriza a las teorías y postulados científicos es que los hechos observados los corroboran.

Así pues, si tal y como ha confirmado Vidal, a su abuela le han puesto la vacuna y no le ha pasado nada. ¿Quiere esto decir que la vacuna es efectiva? ¿Cuántas observaciones han de realizarse para verificar su efectividad? ¿Deja de ser efectiva en el caso de que no funcione para determinados sujetos o colectivos? Para dar respuesta a esto último, surge una postura verificacionista mucho más flexible conocida como confirmacionismo que defiende que no es necesario que los hechos empíricos observados confirmen de forma concluyente un postulado científico, sino que es posible considerar diferentes grados de confirmación sobre una base probabilística. De esta forma, siguiendo este criterio podemos confirmar que a pesar de que la vacuna no sea 100% efectiva contra el virus está basada en un postulado científico.

Esto no parece convencer del todo a Pol.

El siguiente criterio de demarcación fue desarrollado por Karl R.Popper y es conocido como falsacionismo. Según este criterio, no será la capacidad de ser corroborado lo que determine el conocimiento científico, sino el de ser falsado. Lo científico, tiene que ser vulnerable a ser demostrado como falso en algún momento. De esta forma, si entendemos la postura del pensamiento “negacionista” como aquella que niega la existencia del virus ¿estaríamos ante un postulado científico según Popper?


17 de abril de 2020 
 
Tras más de media hora dando vueltas en la cama y con los rayos de sol colándose por las rendijas de su viejo estor, Adolfo decide levantarse. No le hacen falta más de cuatro pasos para llegar al baño y unos escasos seis para cruzar el comedor y llegar a la cocina.

Una vez preparado el desayuno lo coloca en una bandeja y aprovechando el radiante día  se dirige al diminuto balcón en el que un taburete y una maceta vacía ocupan prácticamente la totalidad del espacio. Coloca la bandeja sobre el taburete mientras recoge del estante su paquete de cigarros.

Cegado por la luz del sol, consigue con una destreza asombrosa liar el primer cigarrillo de la mañana en un tiempo récord. Tras encenderlo, da una profunda calada que parece transportarlo a algún lugar lejos de aquel diminuto balcón. Retiene el humo conscientemente unos pocos segundos para luego observar como poco a poco va saliendo de sus pulmones. “Este es mi café” piensa mientras continúa dando pequeñas caladas con la mirada fija en un punto indeterminado de la vacía plaza.  

Las campanadas de una lejana iglesia le hacen salir de su ensimismamiento. El reloj de su muñeca marca las 10:27. Un primer pensamiento atraviesa su mente “Todavía es pronto”. “¿Pronto para qué?” se pregunta. Y de repente, algo que había estado tratando de ignorar irrumpe sin previo aviso. “Otro día perdido” “¿Qué no voy a hacer hoy?” “¿Cómo voy a pagar el piso?” “Menuda estafa”. Apaga de mala gana lo que le queda del cigarro en la maceta.

Sabía lo que le esperaba durante el resto del día encerrado en aquel diminuto apartamento. Ya había experimentado esa misma sensación de desasosiego durante los últimos días y sabía que no había forma de librarse de ella. Intentó desayunar, pero se le había cerrado el estómago.

Resopló mientras miraba el vaso de zumo de la bandeja.

- Nos la están pegando, pero bien- dijo mientras seguía con su mirada fija en el vaso. – ¡Y nosotros nos lo creemos! ¿Qué virus? ¿Qué síntomas? ¿Acaso alguien ha visto algún vídeo de las Ucis llenas? ¡El virus es falso!

Ante esta imponente afirmación, podemos preguntarle en qué se basa para negar la existencia del virus.

- ¿En qué me baso? Pues en el sentido común. Yo todavía, a día de hoy, no conozco a nadie ni tengo ningún conocido que conozca a alguien que haya cogido el virus.

Podemos argumentar que la ausencia de pruebas no prueba la inexistencia.

-¿Cómo qué no? Si ni yo, ni mis conocidos conocemos a nadie que haya contraído el virus ¿Cómo me demuestras que existe? Además, están diciendo que los síntomas son los mismos que los de la gripe. ¡No hay más ciego que él que no quiere ver!

Podríamos seguir hasta la siguiente cuarentena discutiendo con él y no conseguiríamos hacerle cambiar de parecer. Mantendríamos el mismo debate que sostienen dos hinchas de equipos rivales sobre una decisión arbitral que perjudica a uno de los dos equipos. Ninguna de los dos aceptará que la decisión tomada es acorde y medida por más evidencias en contra que se le presenten.

De esta forma, no podemos considerar siguiendo el criterio de demarcación propuesto por Popper que la postura negacionista de Adolfo sea científica, sino más bien todo lo contrario. Podríamos considerar esta postura como anticientífica, inmune a la crítica científica, ya que  no considera a la ciencia como una verdadera fuente de conocimiento objetivo.

Tras la acalorada conversación, Adolfo se fuma un par de cigarrillos más mientras busca entre las ventanas vecinas algo para entretener su mente. En el bloque de enfrente, un par de plantas por encima de la suya puede identificar lo que parece una mujer de mediana edad dando saltos frente a lo que deduce debe ser un televisor. No puede evitar comparar la escena con la de un hámster en su rueda, lo cual no hace más que aumentar su enojo. Parece tan absorto en sus pensamientos que ignora que una persona está cruzando la desierta plaza por primera vez en lo que va de día. De repente, da un bote sobresaltado y el cigarrillo cae balcón abajo. Alguien acaba de picar al timbre.

- ¡Joder!- grita sintiendo el corazón en la garganta mientras se dirige al interfono.

- ¡Buenos días! – saluda una voz desconocida. –Soy de Amazon, traigo un paquete para Adolfo Vidal.

"La Filosofía ha muerto" (I)


El nacimiento de la Filosofía en occidente tuvo lugar en el siglo VII a.C con Tales de Mileto en lo que los historiadores conocen como Antigua Grecia. La mayoría de los pensadores clásicos que conocemos hoy en día como filósofos fueron los responsables de cultivar y desarrollar las ciencias modernas sobre las que se sustentan las verdades de nuestra realidad actual, pudiendo ser considerados como auténticos polimatías, ya que sus conocimientos abarcaban diversos campos del saber.

Sin ir más lejos el propio Tales, además de como filosofo destacó también como astrónomo y matemático siendo el primero en determinar la altura de las pirámides a través de su sombra o enriqueciéndose al prever una buena cosecha de aceitunas mediante la observación de las estrellas; hecho que le llevó a alquilar todas las prensas de su ciudad y que a su vez le sirvió para demostrar que “la Filosofía no era una cosa inútil”, aunque para aquel entonces el término Filosofía englobaba gran parte de las disciplinas científicas.

Así pues, en un primer momento la ciencia fue desarrollada por filósofos y muchas de sus teorías científicas siguen todavía vigentes, como en el caso de la teoría atómica planteada inicialmente por los presocráticos Leucipo y Demócrito.

Sin embargo hoy día nos encontramos con una fragmentación del saber, con expertos cada vez más especializados en su campo de conocimiento. Esta especialización ha hecho que el papel de los filósofos en las ciencias quede relegado a un segundo plano, blindándola y siendo esta desarrollada únicamente por científicos especializados.

Sin ir más lejos, Stephen Hawking, uno de los más inminentes científicos posmodernos declaró que “la filosofía ha muerto”. Tal afirmación pronunciada por una figura que goza de gran reconocimiento en su disciplina científica no hace más que reafirmar el estatus social adquirido por la ciencia, el cual le permite emitir juicios de valor sobre otras disciplinas y por otro lado, proyecta el desconocimiento generalizado sobre el saber filosófico que conduce a su desvirtuación.

Pero como a todo cerdo le llega su San Martín, la inesperada llegada de la pandemia ha extendido el desentendimiento y desconfianza hacia la ciencia fruto de la incertidumbre en la que se ha visto arrojada la sociedad y potenciada por políticas poco efectivas, cambios de criterios injustificados, limitaciones en los derechos individuales, insuficiencia de medios de contención y la alta falibilidad de estos, lo cual ha llevado a la proliferación social de fake news a través de los medios convencionales y alternativos como consecuencia de  la desinformación causada por la ignorancia generalizada. Todo esto ha sido un excelente caldo de cultivo para los movimientos  pseudocientíficos y anticientíficos.

Ahora bien, ante todo este batiburrillo de información que nos llega, ¿Cómo podemos identificar lo que es realmente científico de lo que no?

Para dar respuesta a esta pregunta debemos desempolvar el cadáver de la Filosofía enterrado por Hawking para demostrar no solamente que sigue viva, sino que “además no es una cosa inútil”.

En filosofía de la ciencia, para responder a esta cuestión se utiliza lo que se conoce como criterios de demarcación de la ciencia. A lo largo de la historia de la filosofía, diferentes corrientes y pensadores han establecido diversos criterios basándose en lo que cada uno de ellos consideraba  esencial y característico de esta disciplina.

No obstante, antes de presentar estos criterios de demarcación es importante conocer que hay en la orilla opuesta a la genuina ciencia. Así pues, utilizando los criterios de demarcación podremos identificar tres posturas no científicas: la no-ciencia, la pseudociencia y la anti-ciencia.

En primer lugar, nos encontramos con un discurso que no invade ni se contrapone al científico, sino que simplemente trata un ámbito distinto al de la ciencia, como sería el caso de disciplinas artísticas o musicales.

El caso de la pseudociencia es el de un discurso no científico haciéndose pasar por ciencia. Este tipo de discurso “disfrazado de científico” trata de aprovecharse de su autoridad y crédito social.

Por último, nos encontramos con el discurso anticientífico que se opone frontalmente a la ciencia.

Una vez visto con qué podemos encontrarnos, ya podemos chapuzarnos en los criterios de demarcación de la disciplina científica y analizar conceptos tan cuotidianos como negacionismo o “plandemia”.


¿Qué creer? Ciencia en pandemia

 

La ciencia ha asumido un rol muy importante en nuestra sociedad, especialmente durante  el último siglo en el que la religión ha ido perdiendo adeptos en occidente. El papel de lo científico ha adquirido con la pandemia todavía más relevancia, pero a su vez podría haberse visto también debilitado debido a la instrumentalización a la que ha sido sometida.

Todo esto lleva a cuestionarnos: “¿Qué es la ciencia?” Podemos definir la ciencia como una forma de hacer verdad que nos proporciona información fiable (y falible) sobre la realidad.

A diferencia de otras disciplinas, esta trata sobre el mundo físico que nos rodea, y nos proporciona explicaciones sobre los fenómenos que tienen lugar en este. Otras materias como  la religión versan sobre el campo moral y espiritual; diferenciándose de esta forma de la ciencia, motivo por el cual puede inferirse que la religión de un científico no debería influir sobre su investigación científica. De igual forma, tampoco deberían influir los gustos musicales, sexuales o futbolísticos. Entonces, ¿por qué debería afectar a la ciencia la ideología política?

A pesar de todos esos “no debería” sabemos que la realidad es muy distinta. Encontramos casos en los que la no-ciencia, como la religión, trata de asumir el papel de la ciencia, como sería en el caso del creacionismo.

Otro punto a destacar es la falibilidad de la ciencia, ya que a pesar de ser una forma de hacer verdad, debemos tener en cuenta que se encuentra respaldada por la evidencia disponible en ese momento, pudiendo esta ser refutada si se presenta evidencia empírica fundada en contra. Los científicos son plenamente conscientes de esto, ya que forma parte del método científico. Sin embargo, para la mayor parte de la población ajena a esta disciplina la ciencia es entendida de forma dogmática, como una Verdad Absoluta e inquebrantable. Sin lugar a dudas, este es el punto de partida para entender la situación en la que nos encontramos.

Ante la situación sobrevenida, los gobiernos han tratado de palear la incertidumbre valiéndose del crédito social de la ciencia. Las bases sobre las que se han tomado las decisiones legislativas han sido siempre apelando al conocimiento científico, pero sin tener en consideración el carácter falible de este e interpretándolo como un dogma de fe lo cual ha perjudicado gravemente su credibilidad, dando pie a la proliferación de movimientos pseudocientíficos y anticientíficos.

Las grandes exigencias a las que ha sido sometida esta disciplina han derivado en una “ciencia exprés” utilizada como salvoconducto legislativo. La instrumentalización de la ciencia ha hecho que todo el peso de las decisiones gubernamentales recaiga sobre esta. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en que durante el primer confinamiento que tuvo lugar en España fue la figura científica del epidemiólogo Fernando Simón quien acaparó las ruedas de prensa quedando los gobernantes políticos en un segundo plano.

 

Fuente: www.ultimahora.es, "El enfado de Fernando Simón en su rueda de prensa diaria", 09/05/2020, Recuperado de: https://www.ultimahora.es/noticias/nacional/2020/05/09/1163875/coronavirus-espana-enfado-fernando-simon-rueda-prensa.html


Siendo la ciencia falible, ¿cómo podemos confiar en ella? A pesar de ser una disciplina falible, es también fiable, ya que se basa en evidencias objetivas, las cuales han sido repetidas y replicadas por otros científicos.

Entonces, si la ciencia es una disciplina fiable, ¿por qué ha fallado tanto durante toda la pandemia? Para responder a esta pregunta, es necesario entender primero en que consiste el método hipotético-deductivo en el que se basa la investigación científica, el cual se compone de las cinco fases siguientes:

1. Formulación de la pregunta objeto de la investigación científica. 
 
2. Se proponen hipótesis, siendo estas conjeturas propuestas como posibles respuestas a la pregunta de investigación.

3. Se infieren las predicciones e implicaciones empíricas de las hipótesis propuestas, es decir, como sería el mundo si las hipótesis fuesen verdaderas.

4. Se comprueban empíricamente las implicaciones y predicciones de la hipótesis. 
 
5. Se descartan o revisan las hipótesis refutadas empíricamente.

Así pues, nos encontramos ante un método basado en el planteamiento de hipótesis que serán válidas sí y solamente sí se demuestran empíricamente. La rapidez con la que se ha extendido el virus así como su gran impacto social ha comportado  la exigencia de resultados inmediatos a la ciencia, lo cual ha implicado saltarse el propio método científico. Este es uno de los principales motivos por el que las nuevas regulaciones no han resultado efectivas, ya que se ha estado legislando en base a hipótesis (meras conjeturas), las cuales no habían sido todavía verificadas.

Dicho esto, podemos observar como los gobiernos de diferentes países basaron sus políticas de contención del virus en diferentes hipótesis científicas y aplicando restricciones diversas, las cuales se fueron homogeneizando con el transcurso de los meses al mostrarse unas más efectivas que otras. Este es el punto más importante y en el que podemos observar que durante la pandemia, los políticos no han estado haciendo política sino ciencia. Debido a la inmediatez e imprevisibilidad con la que irrumpió el virus, los gobiernos no han tenido más opción que utilizar a las sociedades como sujetos experimentales.

No obstante, es importante señalar que los políticos hacen política y no ciencia, lo cual se ha visto reflejado en la fuerte instrumentalización y posterior descrédito que ha sufrido la disciplina científica al hacer coincidir legislaciones más o menos laxas con periodos más o menos prósperos para la economía.

Así pues, ¿debemos considerar esta “ciencia exprés” hecha a través de hipótesis por los políticos como verdadera ciencia? ¿Cuáles son los criterios de demarcación de la ciencia?

Capítulo 5. ¿Por qué llevan mascarilla los negacionistas?


Tras mucho divagar entre opiniones toca centrarnos en el pensamiento crítico como herramienta. Si bien sabemos que nos sirve para no ser engañados (al menos de forma inconsciente) esto no nos convierte en pensadores críticos, ya que el mero conocimiento no implica sabiduría.

Eusebio vuelve a casa lleno de polvo y cemento, con el pelo sucio y aplastado por el casco. Tras casi diez horas de exhalaciones profundas, sudor y un desagradable olor a óxido, por fin puede quitarse la mascarilla y respirar.

Todavía no hay nadie en casa, por lo que decide darse una ducha y tomar su merecida cerveza mientras enciende el televisor. De un primer trago ingiere más de un cuarto de lata mientras suenan de fondo las noticias:

- … <más de un centenar de personas en la manifestación negacionista por las calles de Madrid…>

“Ya están los pijos estos liándola otra vez” piensa para sí, pero de repente algo corta en seco su pensamiento. La nítida voz del periodista que ha desencadenado tal reacción no se corresponde con la imagen que se proyecta frente a él en la que aparecen un grupo de personas, encabezadas por una rojigualda, vestidos con ropa de calle y en su gran mayoría con mascarillas.

- ¿Por qué llevan mascarilla los negacionistas?- se pregunta en voz alta mientras la multitud avanza enfurecida al grito de  <¡Pedro Sánchez, hijo de puta!>.

Ligeramente confuso y agotado después de una larga jornada de trabajo decide no darle más vueltas al asunto y desconectar echándole un vistazo al móvil. Entre los pocos mensajes, encuentra un vídeo que le ha reenviado su hija Laura. Tras menos de un minuto escuchando a una desconocida hablar sobre como las vacunas producen modificaciones en el ADN humano deja exhausto el móvil sobre el brazo del sofá y observa por la ventana como caen los últimos rayos de la tarde mientras apura su lata en actitud reflexiva y melancólica.

Eusebio tenía claro que no iba a vacunarse, pero un par de días atrás comenzó a dudar sobre ello. Egoístamente pesaba demasiado el hecho de cargar con la culpa de contagiar a otras personas por su insolidaridad, además, estaba su hija Laura con la que había estado de acuerdo antes de que se radicalizara tomando una actitud obsesiva en la que había llegado a afirmar que el virus no era real.

Ante la nebulosa situación de preocupación, ignorancia e incertidumbre en la que se encuentra Eusebio el pensamiento crítico puede ayudarle a obtener una perspectiva más diáfana.

Transcurridos entre cinco y veinte minutos en los que Eusebio perdió la noción del tiempo observando como el sol se ponía entre las montañas, el vuelo de un mochuelo al atardecer le hace volver a tomar consciencia de sus pensamientos y angustias. Para tratar de apaciguarlas vuelve a la cocina a por algo de picar, que acompaña con otra cerveza fría.

Tras un primer sorbo, su cara se encoge en una mueca de desagrado por el fuerte sabor amargo y tratando de quitarse el mal sabor de boca, agarra un puñado de cacahuetes fritos que un par de mordiscos después deduce que probablemente lleven días abiertos. Derrotado por el suceso, se acomoda en el sofá y se rinde al mundo onírico. Ha sido un día duro para nuestro héroe de la clase obrera.

Llegados a este punto dónde se nos presenta una abrumadora realidad con valores contrapuestos en los que difícilmente podemos vernos reflejados y mucho menos tomar acción, debemos primero alejarnos, contemplar y analizar desde la vista de pájaro que nos proporciona el pensamiento crítico para luego descender introspectivamente.

Si alzamos el vuelo más allá de la opinión podemos observar el acontecimiento que turbó a Eusebio: la disociación entre el hecho narrado en el informativo y el proyectado en su televisor, el cual  generó en él una cuestión más profunda de lo que estaba dispuesto a asumir “¿Por qué llevan mascarilla los negacionistas?”.

Eusebio escucha la opinión narrada por el informativo en primer lugar y acto seguido observa la realidad que se presenta frente a él. Sin darse cuenta acaba de separar el hecho de la opinión. No obstante, para nuestro perplejo amigo ignorante de qué es el pensamiento crítico no ha sido más que una pregunta sin respuesta que ha terminado perturbando su ociosa tarde.

En ocasiones podemos hallar la respuesta a una pregunta en otra pregunta, cómo en este caso en el que cabría preguntarse “¿Qué es un negacionista?”.

Así pues, la respuesta a la pregunta de Eusebio la encontraremos silenciando la voz del informativo y escuchando la de los manifestantes.

Capítulo 4. El valor de la ignorancia.

 

Filomena Martínez falleció una soleada mañana de abril, o quizá la lluviosa y fría tarde anterior. Lo cierto es que Margarita, madre de Laura, fue la última persona en verla con vida un par de días antes. Acudía tres días a la semana a echarle una mano con las tareas domésticas.

En su última visita la ayudó a ducharse, barrió y fregó toda la casa, planchó toda su ropa y la guardó en el armario. Realizó todas las tareas con la diligencia de una buena ama de casa como hubiese dicho su padre. Resopló y sonrío amargamente cuando este fugaz pensamiento la invadió en forma de susurro. Giró su muñeca en busca del reloj y observó que todavía le quedaban poco más de cinco minutos.

Lo cierto es que estaba orgullosa de haber terminado a tiempo, especialmente porque lo había hecho siguiendo estrictamente todas las recomendaciones del Gobierno: llevaba unos guantes amarillos de color fluorescente que había encontrado por casa y que normalmente utilizaba para realizar la limpieza del hogar, una mascarilla de tela doble que ella misma había fabricado debido a la imposibilidad de encontrar existencias y como gel desinfectante utilizaba el alcohol de 96 del botiquín. A pesar de su incómodo y extravagante atuendo, sabía que era necesario para no hacer empeorar la situación.

Sin embargo Filomena, con sus casi 87 años opinaba que todo esto era una patraña y que la juventud tenía demasiado miedo a la muerte.

-Poco queda que me retenga aquí ya- escuchaba decirle Margarita cada vez que la visitaba. A pesar de su pesimismo vital gozaba de un buen estado de salud, salvando algún que otro achaque fruto del paso de los años.

Fue así como recuerda su última visita a Filomena y así se lo contó a Bárbara, su única hija, cuando esta la llamó para contarle que su madre había fallecido.

Su hija Bárbara fue la última persona con la que habló. La llamó como hacía cada vez que Margarita acudía a su casa, para saber qué es lo que había hecho durante las dos horas de trabajo que ella misma pagaba de su bolsillo.

- Lo cierto es que no me comentó que se encontrase mal – informó al funcionario que tenía al otro lado del teléfono. – De hecho… Disculpe… - Se secó las lágrimas mientras sollozaba e intentó destensar el nudo que tenía en la garganta – Carraspeó un par de veces y tosió, eso sí que lo recuerdo, solía… encontrarse un poco más baja duran…durante el entretiem...po… - No pudo aguantar más y volvió a estallar dejando olvidado a su interlocutor sobre la repisa de la cocina.

La sociedad posmoderna nos empuja al conocimiento, el cual se encuentra cada vez más fragmentado y se nos presenta como inabarcable en su totalidad. Esto ha derivado en que tengamos que confiar en el conocimiento ajeno para todo aquello que nos es extraño, y confiar también en la bondad de los que lo poseen. De esta forma, aceptamos como verdadero el conocimiento que otros han cultivado, el cual goza de consenso social pero…

¿Qué sucede cuando no hay consenso social y el conocimiento que nos es ajeno se presenta como incierto?

Nuevamente, acudiremos al más sabio de los ignorantes para responder.

En la antigua Grecia, los llamados filósofos presocráticos desarrollaron la mayor parte de su actividad intelectual en torno a lo que los griegos conocían como physis (estudio de la Naturaleza) y la búsqueda del arché, esencia primera. A ellos debemos ideas como que  la sustancia primera es la tierra o el fuego o el agua o el aire, o que todos somos parte de un mismo Ser o que estamos compuestos de Ser y No-ser.

Fue este contexto de incertidumbre el que dio lugar a su famosa frase Solo sé que no sé nada, la cual puede traducirse como Del mundo físico solo sé una cosa, y es que no sé nada.

De esta forma, Sócrates hizo que la ignorancia pasase de posicionarse como lo opuesto al conocimiento a integrarse dentro de este como el valor de conocer lo que no se conoce.

Así pues, el principio fundamental de la sabiduría consistiría en el reconocimiento de la propia ignorancia, pero a su vez, también en reflexionar sobre el propio yo para conocerse a uno mismo.

El valor de la ignorancia reside en aceptarla como fuente de conocimiento subjetivo, una especie de limbo que nos permite observar el conocimiento desde una perspectiva contemplativa, en la que hemos tomado asiento pero todavía no hemos decidido en que mesa.


Capítulo 3. Más allá de la opinión.

No seguir al rebaño, salir de la caja o abandonar tu zona de confort son expresiones que se utilizan constantemente para alentar a alguien a realizar un cambio. Normalmente, este implica aparentemente un giro de 180º en la vida de una persona, colocarle en el lado opuesto al que se encuentra, cambiar de posición. 

Todos alguna vez nos hemos visto arrastrados por estas ideas, interpretándolas como un nuevo comienzo, una nueva forma de ver la vida y en parte puede que así sea, pero no tal como nos imaginamos, ya que…

            - No seguir al rebaño implica seguir otro rebaño.

            - Salir de la caja implica cambiar de caja.

            - Abandonar la zona de confort implica crear una nueva.

Se trata de cambios horizontales, un bueno por malo en Google que supone la adopción de una nueva opinión colectiva no valorada.

Tampoco esto sería pensamiento crítico, ya que supondría simplemente adoptar la posición contraria a la que nos encontramos y no sería fruto de un proceso reflexivo e intelectual.

Llegados a este punto toca situar en el plano el pensamiento crítico. Para ello, nos armaremos de valor y nos serviremos de un tema actual: la vacuna del Covid-19.

Laura de 21 años afirma que no se vacunará, igual que su padre. Según ha oído la vacuna se adhiere al ADN causando una mutación. Además, cree firmemente que el virus se ha creado para aprovecharse del miedo de la población e insertar un microchip para tener un mayor control sobre ellos.

Sin embargo, la madre de Laura está dispuesta a vacunarse. No cree en todas esas conspiraciones. Ha visto morir por el virus a la anciana de la que se hacía cargo y no está dispuesta a arriesgarse a cogerlo. Opina que bastantes porquerías tiene la comida que toman cada día y ve una tontería que le inserten un microchip, total, tampoco hace nada fuera de lo común.

Visto esto, llegamos a la gran pregunta: 

¿Cómo utilizamos el pensamiento crítico?  ¡Volando!

El pensamiento crítico no consiste en empatizar, convencerse ni elegir una de las opiniones que tenemos disponibles, sino que se trata de analizarlas desde el puesto de un observador privilegiado, y esto no puede hacerse desde el tablero, sino que hay que volar y observar desde nuestro propio punto de vista.

Hecho esto, podemos iniciar el análisis al más puro estilo socrático: haciendo preguntas. Sócrates, tal y como se muestra en las múltiples obras de su discípulo Platón, trataba de llegar a conceptos universales sirviéndose hábilmente de preguntas que iba graduando. No obstante, nuestro objetivo no es tan pretencioso como tratar de alcanzar la universalidad de una idea, sino que más bien se trata de desnudar el mensaje para poder decidir acorde a nuestros valores sin ser manipulados por opiniones ajenas. 

Así pues, cuando nos preguntemos, debemos tener presente que nuestro objetivo es separar el hecho de la opinión.

- ¿Cuál es el hecho contrastado, en el que están de acuerdo las dos partes?

Se ha desarrollado una vacuna para el Covid-19.

- ¿Hay algún hecho más?

Ambas partes utilizan hechos para justificar sus opiniones, los cuales requieren ser analizados para no confundirlos con opiniones.

Laura considera que la vacuna produce una mutación en el ADN y que les insertarán un microchip. Ella misma afirma que lo ha oído por ahí por lo que, sin llegar a considerarlo como falso, no podremos dotarlo con el mismo valor que el hecho anterior.

En la otra parte del tablero encontramos a su madre, que apoya la postura opuesta a la de su hija, basándose en un hecho empírico que ella misma ha observado. No obstante, como dijo Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas”. Y es que aunque este hecho tenga apariencia de verdadero, debemos tratar de ir más allá de la mera apariencia y preguntarnos: ¿Qué edad tenía la mujer? ¿Cuándo falleció? ¿Qué pruebas se le hicieron para determinar la causa de su muerte?

La filosofía se basa en preguntar y cuestionar, a no dar nada por sentado. Y es que, si indagamos lo suficiente quizá no alcancemos la Verdad, pero al menos no asumiremos opiniones como si de esta se tratase y podremos afirmar orgullosos que “Solo sé, que no sé nada”.


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