"La Filosofía ha muerto" (I)


El nacimiento de la Filosofía en occidente tuvo lugar en el siglo VII a.C con Tales de Mileto en lo que los historiadores conocen como Antigua Grecia. La mayoría de los pensadores clásicos que conocemos hoy en día como filósofos fueron los responsables de cultivar y desarrollar las ciencias modernas sobre las que se sustentan las verdades de nuestra realidad actual, pudiendo ser considerados como auténticos polimatías, ya que sus conocimientos abarcaban diversos campos del saber.

Sin ir más lejos el propio Tales, además de como filosofo destacó también como astrónomo y matemático siendo el primero en determinar la altura de las pirámides a través de su sombra o enriqueciéndose al prever una buena cosecha de aceitunas mediante la observación de las estrellas; hecho que le llevó a alquilar todas las prensas de su ciudad y que a su vez le sirvió para demostrar que “la Filosofía no era una cosa inútil”, aunque para aquel entonces el término Filosofía englobaba gran parte de las disciplinas científicas.

Así pues, en un primer momento la ciencia fue desarrollada por filósofos y muchas de sus teorías científicas siguen todavía vigentes, como en el caso de la teoría atómica planteada inicialmente por los presocráticos Leucipo y Demócrito.

Sin embargo hoy día nos encontramos con una fragmentación del saber, con expertos cada vez más especializados en su campo de conocimiento. Esta especialización ha hecho que el papel de los filósofos en las ciencias quede relegado a un segundo plano, blindándola y siendo esta desarrollada únicamente por científicos especializados.

Sin ir más lejos, Stephen Hawking, uno de los más inminentes científicos posmodernos declaró que “la filosofía ha muerto”. Tal afirmación pronunciada por una figura que goza de gran reconocimiento en su disciplina científica no hace más que reafirmar el estatus social adquirido por la ciencia, el cual le permite emitir juicios de valor sobre otras disciplinas y por otro lado, proyecta el desconocimiento generalizado sobre el saber filosófico que conduce a su desvirtuación.

Pero como a todo cerdo le llega su San Martín, la inesperada llegada de la pandemia ha extendido el desentendimiento y desconfianza hacia la ciencia fruto de la incertidumbre en la que se ha visto arrojada la sociedad y potenciada por políticas poco efectivas, cambios de criterios injustificados, limitaciones en los derechos individuales, insuficiencia de medios de contención y la alta falibilidad de estos, lo cual ha llevado a la proliferación social de fake news a través de los medios convencionales y alternativos como consecuencia de  la desinformación causada por la ignorancia generalizada. Todo esto ha sido un excelente caldo de cultivo para los movimientos  pseudocientíficos y anticientíficos.

Ahora bien, ante todo este batiburrillo de información que nos llega, ¿Cómo podemos identificar lo que es realmente científico de lo que no?

Para dar respuesta a esta pregunta debemos desempolvar el cadáver de la Filosofía enterrado por Hawking para demostrar no solamente que sigue viva, sino que “además no es una cosa inútil”.

En filosofía de la ciencia, para responder a esta cuestión se utiliza lo que se conoce como criterios de demarcación de la ciencia. A lo largo de la historia de la filosofía, diferentes corrientes y pensadores han establecido diversos criterios basándose en lo que cada uno de ellos consideraba  esencial y característico de esta disciplina.

No obstante, antes de presentar estos criterios de demarcación es importante conocer que hay en la orilla opuesta a la genuina ciencia. Así pues, utilizando los criterios de demarcación podremos identificar tres posturas no científicas: la no-ciencia, la pseudociencia y la anti-ciencia.

En primer lugar, nos encontramos con un discurso que no invade ni se contrapone al científico, sino que simplemente trata un ámbito distinto al de la ciencia, como sería el caso de disciplinas artísticas o musicales.

El caso de la pseudociencia es el de un discurso no científico haciéndose pasar por ciencia. Este tipo de discurso “disfrazado de científico” trata de aprovecharse de su autoridad y crédito social.

Por último, nos encontramos con el discurso anticientífico que se opone frontalmente a la ciencia.

Una vez visto con qué podemos encontrarnos, ya podemos chapuzarnos en los criterios de demarcación de la disciplina científica y analizar conceptos tan cuotidianos como negacionismo o “plandemia”.


¿Qué creer? Ciencia en pandemia

 

La ciencia ha asumido un rol muy importante en nuestra sociedad, especialmente durante  el último siglo en el que la religión ha ido perdiendo adeptos en occidente. El papel de lo científico ha adquirido con la pandemia todavía más relevancia, pero a su vez podría haberse visto también debilitado debido a la instrumentalización a la que ha sido sometida.

Todo esto lleva a cuestionarnos: “¿Qué es la ciencia?” Podemos definir la ciencia como una forma de hacer verdad que nos proporciona información fiable (y falible) sobre la realidad.

A diferencia de otras disciplinas, esta trata sobre el mundo físico que nos rodea, y nos proporciona explicaciones sobre los fenómenos que tienen lugar en este. Otras materias como  la religión versan sobre el campo moral y espiritual; diferenciándose de esta forma de la ciencia, motivo por el cual puede inferirse que la religión de un científico no debería influir sobre su investigación científica. De igual forma, tampoco deberían influir los gustos musicales, sexuales o futbolísticos. Entonces, ¿por qué debería afectar a la ciencia la ideología política?

A pesar de todos esos “no debería” sabemos que la realidad es muy distinta. Encontramos casos en los que la no-ciencia, como la religión, trata de asumir el papel de la ciencia, como sería en el caso del creacionismo.

Otro punto a destacar es la falibilidad de la ciencia, ya que a pesar de ser una forma de hacer verdad, debemos tener en cuenta que se encuentra respaldada por la evidencia disponible en ese momento, pudiendo esta ser refutada si se presenta evidencia empírica fundada en contra. Los científicos son plenamente conscientes de esto, ya que forma parte del método científico. Sin embargo, para la mayor parte de la población ajena a esta disciplina la ciencia es entendida de forma dogmática, como una Verdad Absoluta e inquebrantable. Sin lugar a dudas, este es el punto de partida para entender la situación en la que nos encontramos.

Ante la situación sobrevenida, los gobiernos han tratado de palear la incertidumbre valiéndose del crédito social de la ciencia. Las bases sobre las que se han tomado las decisiones legislativas han sido siempre apelando al conocimiento científico, pero sin tener en consideración el carácter falible de este e interpretándolo como un dogma de fe lo cual ha perjudicado gravemente su credibilidad, dando pie a la proliferación de movimientos pseudocientíficos y anticientíficos.

Las grandes exigencias a las que ha sido sometida esta disciplina han derivado en una “ciencia exprés” utilizada como salvoconducto legislativo. La instrumentalización de la ciencia ha hecho que todo el peso de las decisiones gubernamentales recaiga sobre esta. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en que durante el primer confinamiento que tuvo lugar en España fue la figura científica del epidemiólogo Fernando Simón quien acaparó las ruedas de prensa quedando los gobernantes políticos en un segundo plano.

 

Fuente: www.ultimahora.es, "El enfado de Fernando Simón en su rueda de prensa diaria", 09/05/2020, Recuperado de: https://www.ultimahora.es/noticias/nacional/2020/05/09/1163875/coronavirus-espana-enfado-fernando-simon-rueda-prensa.html


Siendo la ciencia falible, ¿cómo podemos confiar en ella? A pesar de ser una disciplina falible, es también fiable, ya que se basa en evidencias objetivas, las cuales han sido repetidas y replicadas por otros científicos.

Entonces, si la ciencia es una disciplina fiable, ¿por qué ha fallado tanto durante toda la pandemia? Para responder a esta pregunta, es necesario entender primero en que consiste el método hipotético-deductivo en el que se basa la investigación científica, el cual se compone de las cinco fases siguientes:

1. Formulación de la pregunta objeto de la investigación científica. 
 
2. Se proponen hipótesis, siendo estas conjeturas propuestas como posibles respuestas a la pregunta de investigación.

3. Se infieren las predicciones e implicaciones empíricas de las hipótesis propuestas, es decir, como sería el mundo si las hipótesis fuesen verdaderas.

4. Se comprueban empíricamente las implicaciones y predicciones de la hipótesis. 
 
5. Se descartan o revisan las hipótesis refutadas empíricamente.

Así pues, nos encontramos ante un método basado en el planteamiento de hipótesis que serán válidas sí y solamente sí se demuestran empíricamente. La rapidez con la que se ha extendido el virus así como su gran impacto social ha comportado  la exigencia de resultados inmediatos a la ciencia, lo cual ha implicado saltarse el propio método científico. Este es uno de los principales motivos por el que las nuevas regulaciones no han resultado efectivas, ya que se ha estado legislando en base a hipótesis (meras conjeturas), las cuales no habían sido todavía verificadas.

Dicho esto, podemos observar como los gobiernos de diferentes países basaron sus políticas de contención del virus en diferentes hipótesis científicas y aplicando restricciones diversas, las cuales se fueron homogeneizando con el transcurso de los meses al mostrarse unas más efectivas que otras. Este es el punto más importante y en el que podemos observar que durante la pandemia, los políticos no han estado haciendo política sino ciencia. Debido a la inmediatez e imprevisibilidad con la que irrumpió el virus, los gobiernos no han tenido más opción que utilizar a las sociedades como sujetos experimentales.

No obstante, es importante señalar que los políticos hacen política y no ciencia, lo cual se ha visto reflejado en la fuerte instrumentalización y posterior descrédito que ha sufrido la disciplina científica al hacer coincidir legislaciones más o menos laxas con periodos más o menos prósperos para la economía.

Así pues, ¿debemos considerar esta “ciencia exprés” hecha a través de hipótesis por los políticos como verdadera ciencia? ¿Cuáles son los criterios de demarcación de la ciencia?

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