Sin ir más lejos el propio Tales, además de como filosofo destacó también
como astrónomo y matemático siendo el primero en determinar la altura de las
pirámides a través de su sombra o enriqueciéndose al prever una buena cosecha
de aceitunas mediante la observación de las estrellas; hecho que le llevó a
alquilar todas las prensas de su ciudad y que a su vez le sirvió para demostrar
que “la Filosofía no era una cosa inútil”,
aunque para aquel entonces el término Filosofía englobaba gran parte de las
disciplinas científicas.
Así pues, en un primer momento la ciencia fue desarrollada por filósofos y
muchas de sus teorías científicas siguen todavía vigentes, como en el caso de la
teoría atómica planteada inicialmente por los presocráticos Leucipo y Demócrito.
Sin embargo hoy día nos encontramos con una fragmentación del saber, con
expertos cada vez más especializados en su campo de conocimiento. Esta
especialización ha hecho que el papel de los filósofos en las ciencias quede relegado
a un segundo plano, blindándola y siendo esta desarrollada únicamente por
científicos especializados.
Sin ir más lejos, Stephen Hawking, uno de los más inminentes científicos
posmodernos declaró que “la filosofía ha muerto”. Tal
afirmación pronunciada por una figura que goza de gran reconocimiento en su
disciplina científica no hace más que reafirmar el estatus social adquirido por
la ciencia, el cual le permite emitir juicios de valor sobre otras disciplinas
y por otro lado, proyecta el desconocimiento generalizado sobre el saber filosófico que conduce a su desvirtuación.
Pero como a todo cerdo le llega su
San Martín, la inesperada llegada de la pandemia ha extendido el
desentendimiento y desconfianza hacia la ciencia fruto de la incertidumbre en
la que se ha visto arrojada la sociedad y potenciada por políticas poco
efectivas, cambios de criterios injustificados, limitaciones en los derechos
individuales, insuficiencia de medios de contención y la alta falibilidad de estos,
lo cual ha llevado a la proliferación social de fake news a través de los medios convencionales y alternativos como
consecuencia de la desinformación
causada por la ignorancia generalizada. Todo esto ha sido un excelente caldo de
cultivo para los movimientos
pseudocientíficos y anticientíficos.
Ahora bien, ante todo este batiburrillo de información que nos llega, ¿Cómo podemos identificar lo que es realmente científico de lo que no?
Para dar respuesta a esta pregunta debemos desempolvar el cadáver de la Filosofía
enterrado por Hawking para demostrar no solamente que sigue viva, sino que “además no es una cosa inútil”.
En filosofía de la ciencia, para responder a esta cuestión se utiliza lo
que se conoce como criterios de demarcación de la ciencia. A lo largo de
la historia de la filosofía, diferentes corrientes y pensadores han establecido
diversos criterios basándose en lo que cada uno de ellos consideraba esencial y característico de esta disciplina.
No obstante, antes de presentar estos criterios de demarcación es importante
conocer que hay en la orilla opuesta a la genuina ciencia. Así pues, utilizando
los criterios de demarcación podremos identificar tres posturas no científicas:
la no-ciencia, la pseudociencia y la anti-ciencia.
En primer lugar, nos encontramos con un discurso que no invade ni se
contrapone al científico, sino que simplemente trata un ámbito distinto al de
la ciencia, como sería el caso de disciplinas artísticas o musicales.
El caso de la pseudociencia es el de un discurso no científico haciéndose
pasar por ciencia. Este tipo de discurso “disfrazado de científico” trata de aprovecharse
de su autoridad y crédito social.
Por último, nos encontramos con el discurso anticientífico que se opone frontalmente a la ciencia.
Una vez visto con qué podemos encontrarnos, ya podemos chapuzarnos en los
criterios de demarcación de la disciplina científica y analizar conceptos tan
cuotidianos como negacionismo o “plandemia”.