La ciencia ha asumido un rol muy
importante en nuestra sociedad, especialmente durante el último siglo en el que la religión ha ido
perdiendo adeptos en occidente. El papel de lo científico ha adquirido con la
pandemia todavía más relevancia, pero a su vez podría haberse visto también debilitado
debido a la instrumentalización a la que ha sido sometida.
Todo esto lleva a cuestionarnos: “¿Qué es la ciencia?” Podemos definir la
ciencia como una forma de hacer verdad
que nos proporciona información fiable (y falible) sobre la realidad.
A diferencia de otras disciplinas,
esta trata sobre el mundo físico que nos rodea, y nos proporciona explicaciones
sobre los fenómenos que tienen lugar en este. Otras materias como la
religión versan sobre el campo moral y espiritual; diferenciándose de esta forma
de la ciencia, motivo por el cual puede inferirse que la religión de un
científico no debería influir sobre su investigación científica. De igual forma,
tampoco deberían influir los gustos musicales, sexuales o futbolísticos.
Entonces, ¿por qué debería afectar a la ciencia la ideología política?
A pesar de todos esos “no
debería” sabemos que la realidad es muy distinta. Encontramos casos en los que
la no-ciencia, como la religión, trata de asumir el papel de la ciencia, como
sería en el caso del creacionismo.
Otro punto a destacar es la falibilidad
de la ciencia, ya que a pesar de ser una forma de hacer verdad, debemos
tener en cuenta que se encuentra respaldada por la evidencia disponible en ese
momento, pudiendo esta ser refutada si se presenta evidencia empírica fundada
en contra. Los científicos son plenamente conscientes de esto, ya que forma parte
del método científico. Sin embargo, para la mayor parte de la población ajena a
esta disciplina la ciencia es entendida de forma dogmática, como una Verdad
Absoluta e inquebrantable. Sin lugar a dudas, este es el punto de partida para
entender la situación en la que nos encontramos.
Ante la situación sobrevenida,
los gobiernos han tratado de palear la incertidumbre valiéndose del crédito social
de la ciencia. Las bases sobre las que se han tomado las decisiones
legislativas han sido siempre apelando al conocimiento científico, pero sin
tener en consideración el carácter falible de este e interpretándolo como un dogma
de fe lo cual ha perjudicado gravemente su credibilidad, dando pie a la
proliferación de movimientos pseudocientíficos y anticientíficos.
Las grandes exigencias a las que
ha sido sometida esta disciplina han derivado en una “ciencia exprés” utilizada como salvoconducto legislativo. La
instrumentalización de la ciencia ha hecho que todo el peso de las decisiones gubernamentales
recaiga sobre esta. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en que durante el primer
confinamiento que tuvo lugar en España fue la figura científica del
epidemiólogo Fernando Simón quien acaparó las ruedas de prensa quedando los
gobernantes políticos en un segundo plano.
Siendo la ciencia falible,
¿cómo podemos confiar en ella? A pesar de ser una disciplina falible, es
también fiable, ya que se basa en evidencias objetivas, las cuales han sido repetidas
y replicadas por otros científicos.
Entonces, si la ciencia es una disciplina fiable, ¿por qué ha fallado tanto durante toda la pandemia? Para responder a esta pregunta, es necesario entender primero en que consiste el método hipotético-deductivo en el que se basa la investigación científica, el cual se compone de las cinco fases siguientes:
1. Formulación de la pregunta objeto de la investigación científica.
2. Se proponen hipótesis, siendo estas conjeturas propuestas como posibles respuestas a la pregunta de investigación.
3. Se infieren las predicciones e implicaciones empíricas de las hipótesis propuestas, es decir, como sería el mundo si las hipótesis fuesen verdaderas.
4. Se comprueban empíricamente las implicaciones y predicciones de la hipótesis.
5. Se descartan o revisan las hipótesis refutadas empíricamente.
Así pues, nos encontramos ante
un método basado en el planteamiento de hipótesis que serán válidas sí y solamente
sí se demuestran empíricamente. La rapidez con la que se ha extendido el virus
así como su gran impacto social ha comportado la exigencia de resultados inmediatos a la
ciencia, lo cual ha implicado saltarse el propio método científico. Este es uno
de los principales motivos por el que las nuevas regulaciones no han resultado
efectivas, ya que se ha estado legislando en base a hipótesis (meras
conjeturas), las cuales no habían sido todavía verificadas.
Dicho esto, podemos observar
como los gobiernos de diferentes países basaron sus políticas de contención del
virus en diferentes hipótesis científicas y aplicando restricciones diversas, las
cuales se fueron homogeneizando con el transcurso de los meses al mostrarse
unas más efectivas que otras. Este es el punto más importante y en el que
podemos observar que durante la pandemia, los
políticos no han estado haciendo política sino ciencia. Debido a la inmediatez
e imprevisibilidad con la que irrumpió el virus, los gobiernos no han tenido más
opción que utilizar a las sociedades como sujetos experimentales.
No obstante, es importante
señalar que los políticos hacen política y no ciencia, lo cual se ha
visto reflejado en la fuerte instrumentalización y posterior descrédito que ha
sufrido la disciplina científica al hacer coincidir legislaciones más o menos laxas
con periodos más o menos prósperos para la economía.
Así pues, ¿debemos considerar
esta “ciencia exprés” hecha a través
de hipótesis por los políticos como verdadera ciencia? ¿Cuáles son los
criterios de demarcación de la ciencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario